miércoles, 11 de junio de 2008

En tinta.

Olivier se le acercó y en su desesperación por demostrarle cuánto le quería a su lado, le hizo dañó.

-No importa-dijo ella-. Sin tocarme me dañas igual-leyendo los pensamientos de Olivier, siguió-. Sì, puedes usar eso en tu novela.

Ofendida y decaìda saliò de aquella habitaciòn. Sabía que no importaba cuán adoloridos dejara ese hombre sus frágiles brazos, era lo que necesitaba para sentirse viva. Sonreía al darse cuenta de que cualquiera le compararía con una mujer golpeada por su marido.
No. Su orgullo no la dejaría recibir insultos desde el suelo. Aquellas marcas eran casi una carta de Olivier dicièndole que no dejarìa de pertenecerle. Estaba escrita con plumas en su piel con la tinta más costosa.

Ahora entendìa. No podía dejar a aquel escritor desquiciado. Aquella tinta con la que le escribía su cariño era la misma que circulaba por su cuerpo entregando oxígeno a sus músculos y tejidos.
Dejar a Olivier era aceptar que no viviría más.
Pero aquella misma mañana había hablado con el que pretendía ser su novio ante la sociedad. Aquella misma mañana habían declarado no poder vivir el uno con el otro, ni el uno sin el otro, ni mucho menos solos.
Aquella mañana su novio le había pedido morir. Ella le había pedido a Olivier.

Ahora entendía. Ella le mataría. Viviría con él pero sin él, y no quedaría sola sino con Olivier.
¡Qué grata sonrisa, cuánta gracia! Todo cuadraba. De repente la vida era el rompecabezas al que no le faltaba ninguna pieza. Todo cuadraba tan bien. ¡Todo estaba tan listo!




Su novio le abrió la puerta. Había estado llorando sus últimas lágrimas. Ella sonrió aún más. Qué feliz se sentía de poder ayudarle. Él la dejó pasar.

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